En países como México, quejarse es un deporte nacional. Todo parece estar mal y siempre son otros los culpables. ¿Sabes el daño que te hace esta actitud y cómo limita tu vida? Acá te cuento.
Lo tenía todo, pero no podía verlo. Por más de 10 años soñé con encontrar el amor de mi vida, formar una familia y ser padre, pero no ocurría. Llegué a los 40 soltero y quejándome con la vida, Dios o el destino, por no lograr ese sueño anhelado.
No importaba tener una familia que me apoyara, muchos amigos y una carrera exitosa como periodista. Yo estaba enfocado en lo que no tenía.
Trabajé por años en terapia este sentimiento de carencia hasta que un día, a los 41, por fin me sentí libre. Dejé de anhelar lo que no tenía y aprendí a ver lo que sí. Dejé de quejarme, de rumiar, de culpar al mundo y empecé a agradecer por mi vida, tal y como era.
La magia ocurrió. Meses después, me reencontré en una comida de trabajo con quien hoy es mi esposa. Por supuesto que no fue un cuento de hadas, que hubo muchas subidas y bajadas, pero hoy esa relación es fuerte y tengo un hijo que amo profundamente.
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